NO RESPIRES


Abel necesitaba un poco de aire, su habitación estaba asfixiante. La noche anterior había intentado algo más que trillado. Había querido cortarse las venas preso de sus alucinaciones y de haber descubierto a su hermano y a su novia en algo más que sombras cruzadas.

Miraba su muñeca mortecina y distante pero a la vez se le hacía tan cercana por la forma. Se había dibujado con el cuchillo de cocina algo parecido a un pétalo. Veía la herida que ahora le pertenecía y le sabía a ternura. Tomó una vez más el cuchillo que estaba en el piso.

Y vio que unos cabellos le cubrían como espinas. Empezó a imaginarse, a volar que a ese pétalo, a esa herida no le iría mal otros alrededor. Vacilante veía a veces a su cuerpo lleno de flores tatuadas. Su cuerpo convertido en un edén. Detuvo el curso imaginario y buscó las tijeras, y en un intento estúpido dio con un labial terracota.

Que vano resultaba ahora recordar el día en que ella se olvidó aquel fetiche que ahora aparecía una fijación agridulce. Abel que siempre criticaba la forma de maquillarse de ella, ahora se arrastraba en impulsos frenéticos. Mirándose al espejo se decía: Si fuera ella, tan sólo si fuera ella me devolvería, me vengaría; mientras sus palabras creaban sentencias el labial se deslizaba por su boca con suavidad y sensualidad.

Una vez más se vio al espejo ahora con un reflejo diferente. La boca pintada no le iba mal. Después de tanto delirio y tantas visiones oníricas tuvo la leve certeza de que ella lo esperaría en la esquina como siempre. Tomo un cuaderno, el labial y escondió el cuchillo. Quería verla aún con todas las vísceras en continuo réquiem.

Estaba ansioso.

Salió.

Afuera y sin paisaje. La gente pasaba lo miraba como la nueva baratija de lo tec. Su expresión de desquicio, desesperación lo transfiguraban. En efecto, vio como ella cruzaba la calle. Lo abrazó y le dijo: amor ya sabes que no puedes salir, el psiquiatra te pidió que guardes reposo. Ayer estaba cosiendo un muñeco de trapo y de repente me gritaste de todo, mi amor, pero vas a estar bien.

Abel le dijo: malditos, tú y mi hermano son malditos. Ella asustada le contestó en voz baja como si le hablara a un niño: Mi amor, ya no más, sabes que no tienes hermanos. Sólo me tienes a mí. Yo soy la realidad.

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